La misma contradicción, otros desafíos, nuevas respuestas

Por: Liliana Denot, Raúl Borrás, Liliana Cichelli y Carlos Lahiteau

La sociedad  democrática, libre, diversa y justa cuya construcción ha sido la razón de ser del radicalismo está bajo múltiples amenazas. La deserción en la defensa de los valores que la sostuvieron, ya sea por sometimiento ideológico, especulación electoral o simple resignación frente a la avanzada neoliberal, ha dejado a importantes sectores de la ciudadanía sin voz que los represente. En un debate público cada vez más ramplón y superficial, la consecuencia es una exacerbación del individualismo y una desconfianza creciente en el sistema político y en su capacidad de articular proyectos colectivos. La sociedad democrática se sostiene en la legitimación que le otorga el sufragio pero también en su capacidad de integrar al debate público a todos los sectores, por lo que  la cancelación de la opinión diferente lleva inevitablemente a la deslegitimación y debilitamiento de ésta.

Reconocemos en el ser humano al actor fundamental de esta construcción colectiva. Detrás de  su reducción a espectador del proceso político y de la  transformación de la educación en mero entrenamiento para la adquisición de habilidades laborales se esconde, con poco éxito, la pretensión de modelar espíritus acríticos, incapaces de discernir hasta en las cuestiones de su propia conveniencia. Sin el conocimiento necesario, el ciudadano deja de serlo y la democracia se degrada hasta convertirse en una caricatura.

Es así como asistimos a la instalación de cuestiones sobre cuya naturaleza y consecuencias se omiten opinión y respuestas. La creciente desmesura del capitalismo de base financiera, con su capacidad tanto de multiplicar geométricamente ganancias como de limitar las posibilidades de crecimiento de individuos, comunidades y naciones, se ha convertido en un generador de desigualdad incompatible con los mínimos requisitos de equidad que la democracia reclama para legitimarse.

El aumento de la esperanza de vida y el cambio del trabajo tal como fue conocido hasta hoy, dados por los avances de la ciencia y la tecnología en el cuidado de la salud y la automatización y digitalización de procesos, exhiben como contracara una creciente desocupación estructural en empleos de calidad con la consiguiente desfinanciación de los sistemas previsionales. Frente a un futuro que nos promete legiones de desempleados o subocupados, la respuesta del radicalismo no podrá ser, tanto por mandato ético como por razonabilidad económica, la desprotección de los más vulnerables. El mercado, al que reconocemos la capacidad de asignar eficientemente recursos económicos, no se detiene en analizar ni corregir los pasivos sociales que su funcionamiento genera.

En un momento en el que la libre circulación de personas, flujos financieros y comerciales parece retraerse como consecuencia de la pandemia y del conflicto en Europa oriental, la decisión de las naciones apunta a consolidar  posibilidades de desarrollo con mayores márgenes de autonomía, en particular en la producción en insumos de valor estratégico, alimentos y energía.

La explotación sustentable de nuestros recursos naturales renovables, preservando el extraordinario capital que representan nuestros suelos y fuentes de agua y la estricta supervisión pública de las actividades con impacto en los no renovables, tanto sobre procesos y tecnologías utilizados como sobre el destino de sus rentas, son un mandato de la responsabilidad y una obligación ineludible en defensa del patrimonio actual y futuro de todos los argentinos.

 Las cuestiones enunciadas han sido  y serán divisorias de aguas frente a las que resulta imprescindible tomar posición y como tales, organizadoras de la representación política. La Unión Cívica Radical no está exenta de asumir, sin ambigüedades, esa obligación.

Desafíos que se nos presentan como novedosos y que demandan respuestas acordes a la época, que exceden en mucho la mera construcción de candidaturas y que derivan de una contradicción que sigue siendo la misma y define nuestra naturaleza como organización política: la causa del pueblo argentino.

Por ello hoy más que  nunca  resuena como imprescindible la convocatoria que efectuara ante el Plenario del Comité Nacional el Presidente Raúl Alfonsín en diciembre de 1985:

“La lógica del poder en el mundo del futuro no perdonará a quienes abdiquen de la voluntad de autodeterminarse. Sin aspirar ilusoriamente a constituirse en una potencia mundial, la Argentina como sociedad dotada de riquezas naturales y humanas considerables, puede y debe aspirar a desempeñar un papel significativo en este profundo proceso de transición que vive la humanidad, tan crucial y dramático como lo fueron hace dos siglos la revolución industrial y la revolución democrática, que abrieron nuevos horizontes para la historia de Occidente y de la humanidad toda.”