Vacunar contra la rabia desde la civilidad

por Pedro Calvo
Hace unos días me decía un amigo: “lo que necesitamos los argentinos es una dosis de vacuna contra la rabia”. Vivíamos un tiempo, previo al Coronavirus, donde la incertidumbre y la desconfianza política se expandían y se profundizaban en la aldea global. Desde las protestas en Chile, los chalecos amarillos en Francia, las manifestaciones en Hong Kong y en el Líbano entre otros escenarios y paisajes de violencia en países con gobiernos de distintos colores políticos e ideológicos. Sociedades activas que se expresaban desde la frustración y la bronca. El crecimiento de los regionalismos, la cuestión inmigratoria, el cambio climático, avances científicos y tecnológicos que anuncian mayor reconversión y desocupación laboral, debilitamiento de recursos en la salud y educación pública son síntomas de sociedades que no dan respuestas a los desafíos del siglo XXI. Sociedades polarizadas, donde surgían populismos de distintos signos ideológicos que descreen de valores esenciales de la Democracia: el pluralismo y los derechos humanos. La confrontación y el enfrentamiento van, lenta pero persistentemente, reemplazando al diálogo y los consensos entre actores políticos y sociales. Buscamos y encontramos en las redes sociales las voces que son un eco de nuestros pensamientos y sentimientos. Debilitamos, anestesiamos o anulamos el pensamiento reflexivo. Cancelamos al que piensa distinto. La pandemia con los “estados de emergencia, excepción o alarma” profundizó la crispación social poniendo en tensión los sistemas democráticos. Se pierden puestos de trabajo formales e informales, aumenta la pobreza en todos los países. Se debilita el acceso a la educación -imposibilidad de acceso a las clases virtuales en sectores con dificultades económicas y sociales- y a la salud -postergación en atención, estudios y operaciones programadas. Incertidumbre, ansiedad, frustración y estrés ante la disminución o ausencia de contactos familiares o con amigos. Aumenta la violencia de género y la depresión ante el aislamiento, la cuarentena o el toque de queda. Los gobiernos, para enfrentar la pandemia, toman decisiones que cercenan libertades y derechos individuales. En ese contexto se movilizan algunos sectores con actitudes violentas y amenazantes. Impulsado desde los máximos niveles de gobierno se asalta violentamente el Capitolio en Washington, cuestionando y desconociendo los resultados de elecciones democráticas. Miles de manifestantes protestan en la Puerta de Brandenburgo de Berlín contra restricciones por Covid, su lema «Día de la Libertad» usado por los grupos neonazis. Mostrando pancartas con la figura de la Canciller Angela Merkel vestida de presidiaria tras las rejas. Esta semana miles de personas se manifestaron violentamente frente al Bundestag -parlamento alemán- rechazando nuevas medidas y restricciones. Contra el confinamiento y el estado de alarma en España convocan Vox, el Partido Popular y grupos de derecha reivindicando al franquismo y la falange. Núcleo principal en las convocatorias es el barrio de Salamanca en Madrid -residencia de sectores de alto poder adquisitivo. En Holanda se registraron choques entre policías y manifestantes que protestaban contra el toque de queda, en los mayores hechos de violencia de los últimos 40 años. Participantes de una protesta en Dinamarca, realizada en la capital, Copenhague, colgaron la imagen de la Primera Ministra Mette Frederiksen de una farola antes de prenderla fuego. De la efigie pendía un cartel con las palabras «Ella debería y debe ser asesinada».
Pudimos los argentinos encontrar y acompañar en los primeros días de la pandemia un espacio de Unión Nacional para enfrentar el virus. Frente a la angustia y la incertidumbre veíamos un presidente que convocaba a buscar consensos y priorizaba el diálogo y los acuerdos. Transcurrido un año, ante una vacunación que avanza lentamente producto de errores propios y una disputa geopolítica ante la escasez internacional, la grieta y las divisiones se potencian entre los gobernantes y en el seno de la sociedad. Quienes agitan, desde la ignorancia o el odio y mala fe, que las vacunas envenenan o como dos caras de una misma moneda quienes niegan por un lado o potencian desde el otro los legítimos reclamos ciudadanos ante el cercenamiento de derechos y libertades individuales. La historia universal demuestra que la ignorancia genera prejuicios y miedos siendo fuente de odios y violencia. Vivimos en una globalización mal gestionada. Un capitalismo financiero sumado al carácter depredador y egoísta de un mercado que desatiende o niega recursos a la salud, educación y a la inversión productiva termina construyendo sociedades que ahondan las desigualdades estructurales y profundizan las brechas sociales. Fortaleciendo el poder de las corporaciones en detrimento de los trabajadores y sectores medios. Tanto los populismos, sin recursos y con respuestas simples a problemas complejos, como los establishment que privilegian sus mezquinos intereses terminan socavando los sistemas democráticos y allanan el camino a gobiernos autocráticos. Según datos de Oxfam veintiséis personas poseen tanta riqueza como 3.900 millones -la mitad de la población mundial – y el 1 % de los más ricos en el mundo poseen más riqueza que el 99 % de los habitantes del planeta. En ese contexto hoy nuestro país tiene un 42 % de pobreza mientras la indigencia llega al 10,5 %, más del 50 % de los jóvenes viven en la pobreza. Datos que nos avergüenzan como sociedad y cuestiona valores esenciales de convivencia democrática. Reconoce la Real Academia Española, desde el año 2017, el concepto de aporofobia: “odio o fobia a los pobres”. Aquella definición despectiva de “cabecitas negras” hoy se transforma en “planeros”, con su carácter discriminador y clasista. Desde la política no pueden seguir ahondándose las grietas y las desigualdades sociales. Los sujetos democráticos se desarrollan y potencian en un ámbito de igualdad de oportunidades, en esa dirección la escuela es la herramienta igualadora por excelencia. Los problemas que surgen en nuestra sociedad, agravados por la pandemia, requieren soluciones políticas y no judiciales. Requiere recuperar y profundizar el concepto de Civilidad basado en el diálogo, el respeto y la cooperación. Deben las fuerzas políticas inocularse más Civilidad para desterrar el odio, la violencia y la rabia en nuestra sociedad. Para transitar juntos, en Unión Nacional, un camino de Más y Mejor Democracia.