¿Continuidad o cambio? 

Por Raúl Borrás *

Entre las tantas simplificaciones de utilidad para polarizar el discurso a las que se recurre, sobre todo en épocas de campaña electoral, la de continuidad o cambio tiene un lugar privilegiado. En contextos de insatisfacción social cuando no de franco malhumor, sean estos justificados o no, la apropiación del concepto de cambio es fundamental para la fuerza política que aspire a competir con chances. Tiene un valor doble: puede ser el vehículo que transforme esa insatisfacción en votos y no necesita de explicaciones que le den contenido. Y sentido. A pesar de que lo que importa no es el cambio en sí, sino el sentido de ese cambio. El cambio por el cambio mismo es insustancial. Podrá tener sentido en el mundo de la moda, o en las culturas de alto consumo donde cambiar de diseño, de color de ropa o de dispositivo tecnológico antes de su obsolescencia puede ser visto como un símbolo de estatus económico o social. Pero en política lo que importa es el sentido, la dirección del cambio, no el cambio en sí. Pero para ello hay que reflexionar y la reflexión reemplaza al eslogan. Donde hay reflexión se terminan las simplificaciones. Mala noticia para algún candidato. La reflexión es un proceso de la razón, contextualizado por emociones sí, que siempre estarán presentes, pero en un discreto segundo plano. A los gritos no hay reflexión, solo emotividad desbordada, el instrumento permanente de los totalitarismos, la apelación a lo más primitivo del ser humano. Puro desborde de sentimientos negativos sobre aquellos considerados diferentes, hasta el punto de plantear la necesidad de su “erradicación definitiva”. ¿Les suena? No lo dijo sólo Hitler.

Vale la pena entonces un breve ejercicio de reflexión: ¿cambiar qué, preservar qué?

El consenso democrático de 1983 sentó las bases para la construcción paulatina de una sociedad moderna, abierta, plural y tolerante. Es un hecho que la aparición de algún contraejemplo aislado no podrá desmentir. Somos más libres, abiertos y plurales que hace 40 años. Ese es el marco donde una sociedad compleja, precisamente por sus características de apertura y pluralidad ejercidas en libertad, debe discutir y encontrar acuerdos sobre cómo organizarse y que rumbo tomar. No es sencillo. Requiere voluntad, determinación y paciencia para compatibilizar la cantidad de visiones e intereses divergentes que coexisten en una sociedad de esas características. Y de un fuerte compromiso democrático de sus ciudadanos y dirigentes, que privilegie la complejidad del argumento a la simplificación del eslogan y la predisposición a encontrar que porción de razón hay en las razones del otro a la descalificación violenta de cualquier idea (y persona) que no sea la propia.

¿Hay cosas para cambiar? Si, claro. Siempre las hay. Esa es la razón y motor del progreso. Pero a veces el cambio propuesto no es progreso sino involución. Hacer de la Argentina una sociedad intolerante, más injusta y regresiva es el cambio que hoy proponen quienes apelan al cambio. La propuesta de basar en el egoísmo individualista el funcionamiento de una sociedad, de desconocer la dignidad humana al punto de reducir al hombre a la categoría de objeto de transacción, de considerar a la justicia social una aberración, de negar la existencia e impacto del cambio climático que amenaza nuestro futuro y del terrorismo de estado que segó vidas y coartó libertades, implica claramente una convocatoria al cambio. Pero no al progreso, no al cambio virtuoso sino a una regresión a los momentos más oscuros de nuestra historia y por lo tanto a la inexistencia de la posibilidad de buscar por nosotros mismos el camino. Aún a riesgo de equivocar por un tiempo la senda.

Eso está en juego en la próxima elección. La posibilidad de equivocarnos o acertar, oponernos o apoyar, pero en paz y nosotros mismos, o que otros se equivoquen por nosotros imponiendo su parecer con violencia.

 La opción es entre esta democracia imperfecta y con cantidad de pendientes y el partido del proceso. Entre seguir construyendo convivencia democrática y un futuro en común o la violencia, verbal o física como forma de acción política y disciplinamiento social. Entre una sociedad que se organice alrededor de la solidaridad como principio articulador o en base al egoísmo como motor de intereses puramente individuales.

 Para los que creemos con firmeza y convicción en la dignidad del ser humano y en la democracia no hay duda ni lugar para la excusa. Esta vez la libertad avanza en sentido contrario a la historia.

* Dirigente UCR Provincia de Buenos Aires