La peor herencia de los K: La demolición de la clase media

Por Pedro Calvo*

Durante décadas el paisaje de Argentina era de una sociedad con movilidad social. Desde el viejo orden conservador consolidado por Mitre y Roca, con sus limitaciones y ensimismado en la defensa de sus intereses, se construyó un país donde el progreso era común denominador. La educación era un valor y la ley 1.420 un ejemplo. Convocó Yrigoyen al pueblo a ser protagonista de su destino. La Reforma Universitaria fue el cauce para las nuevas generaciones. Venían los inmigrantes a “hacer la América” con su trabajo y esfuerzo. Comenzaban las leyes sociales, Argentina defendía su dignidad y su autonomía en los organismos internacionales y se soñaba con el crecimiento personal y colectivo. Viene el fraude con la decadencia política y social, generando las condiciones para un cambio de época. Caminaba Argentina por una incipiente industrialización y los trabajadores encuentran en el peronismo la posibilidad de su realización personal y social. La pérdida de libertades y derechos individuales, junto con el rechazo de sectores de poder a las reformas sociales de Perón, crean las condiciones para un tiempo de revancha histórica y de antinomias irreductibles. Proyectan Frondizi e Illia, con un peronismo proscripto en la arena política, un país en desarrollo donde el crecimiento industrial y el fortalecimiento de la educación, la ciencia y la cultura son ejes de sus políticas. Era una sociedad que definía Portantiero del empate hegemónico. «Dios es argentino» es una definición que caracterizó, durante décadas, el optimismo sobre el futuro de nuestro país. Todo en un marco de 50 años de violencia e inestabilidad institucional.

Vamos a cumplir 40 años de la epopeya democrática y el balance desde lo institucional y en ampliación de derechos y libertades es favorable, pero negativo en lo económico y social. Deja el kirchnerismo una huella profunda en la sociedad, avizorando hoy los argentinos un cambio de época. Del orgullo de » mi hijo el doctor» pasamos a «mi hijo se va a Ezeiza» en amplios sectores medios. Fueron Gino Germani, Susana Torrado y Ezequiel Adamovsky, quienes seguramente, mejor analizaron la Argentina de clase media. Era el país de la movilidad social, que nos orgullecía y formaba parte de nuestra identidad. Un proyecto compartido y esperanzador.

La cultura del esfuerzo, el estudio y el trabajo no encuentran la recompensa de otrora. El descreimiento, la bronca y la frustración son signos de estos tiempos. Con dificultades para proyectar el futuro, sobrevivir y resistir parecen ser las consignas de la clase media. Atrapados en el miedo sienten que les roban los mejores proyectos personales. Peor educación, peor salud, peor seguridad con un Estado desertor que cada día gasta más. Alrededor de un 45 % de las familias integran los sectores medios. Es un lugar de pertenencia, aspiracional para otros sectores de trabajadores, que producto de la inflación ven disminuir y deteriorar cada día sus ingresos. La última Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, primer trimestre, nos habla de ingresos entre $ 250.00 / 450.000 – 28 % de hogares- y desde $ 450.000/ 900.000 – 17 %- pertenecientes a la clase media. Datos que muestran que el sueño de la «casa propia» aparece inconcluso, el alquilar es cada día más difícil y la morosidad en el pago de las expensas una constante. Vivimos, frente a la imposibilidad de ahorrar y proyectar, en la inmediatez del consumo frente a un peso que se desvaloriza día a día. Mientras en el primer semestre del año la pobreza subió al 43 % del país, unos 3 millones más que hace un año. Números que reflejan la profundidad de la herencia K y sus consecuencias demoledoras. Sumemos la polarización y la confrontación fomentada por el kirchnerismo, desde lo político y cultural, que nos envuelve y paraliza como sociedad. No puede haber democracia sin sujetos democráticos, se necesita de una cultura y una práctica basada en el pluralismo y el respeto al disenso. No en el odio y la revancha social, que empobrecen el debate democrático.

Convocar al futuro es el desafío de la dirigencia política, donde la disputa por el liderazgo tenga una traducción sobre la Argentina que queremos construir. Desde un presente que angustia el desafío es volver a enamorar a los sectores medios junto a los jóvenes y los sectores más humildes. Propongamos respuestas y políticas para salir del pesimismo, del odio al otro que piensa distinto. Donde podamos vivir mejor todos juntos.